Fuente: Foto referencial Congreso de la República - PUCP
Muchos ciudadanos miran al Congreso con desconfianza, como se muestra en la encuesta de opinión de IEP, con una desaprobación del 93%. Es por ello que ven cómo los partidos se fragmentan y los congresistas cambian de bancada sin explicación. Frente a ese escenario, la Comisión de Constitución y Reglamento decidió aprobar una serie de modificaciones que buscan poner orden en la estructura interna de los partidos políticos en el Parlamento. Pero mientras las normas prometen estabilidad, también surgen preguntas sobre sus verdaderos efectos. ¿Estamos ante un paso hacia la institucionalidad o ante un cierre de espacios para la representación política?
El predictamen aprobado prohíbe que los congresistas de un mismo partido formen bancadas por separado y que se creen nuevos grupos durante el período legislativo. En apariencia, es una medida para frenar el caos y mantener la coherencia partidaria. No obstante, detrás de esa decisión se esconde una cuestión de fondo: ¿Cómo impactará esto en quienes depositan su voto y esperan que sus representantes actúen con libertad y responsabilidad? El ciudadano no solo elige al partido político, elige voces.
Una de las disposiciones del proyecto de resolución legislativa es que pretende regular el destino de los parlamentarios que renuncien o sean separados de sus bancadas. A partir de dicha aprobación, ahora solo podrán integrarse al grupo mixto o, por única vez, sumarse a otra bancada existente según el resultado electoral. La comisión intenta así frenar el “transfuguismo parlamentario”, fenómeno que ha deteriorado la confianza pública. La población, cansada de ver cómo los congresistas cambian de camiseta política, podría ver esto como una respuesta necesaria. No obstante, también puede interpretarse como una limitación al derecho de representación.
El texto aprobado va más allá: quienes se incorporen a una bancada ya constituida no podrán postular ni integrar la Mesa Directiva ni las comisiones hasta culminar el siguiente período anual de sesiones. Se busca preservar el equilibrio interno y evitar que los recién llegados alteren los liderazgos existentes. Desde fuera, la ciudadanía podría verlo como una forma de mantener el orden; desde dentro, como una sanción que debilita la participación política. En ambos casos, el debate sobre la libertad y la disciplina parlamentaria queda abierto.
Esta reconfiguración del Congreso no solo altera el mapa político, sino también la manera en que los ciudadanos perciben a sus representantes. En medio de estas nuevas reglas, el llamado grupo mixto aparece como una salida institucional para los legisladores que decidan abandonar sus bancadas. Sin embargo, más que fortalecer la representatividad, este espacio podría generar mayor desconcierto. Al reunir a parlamentarios de distintas corrientes y sin una línea política definida, se vuelve difícil identificar qué intereses defienden o qué proyectos priorizan. Para los votantes, esto se traduce en incertidumbre: si quienes eligieron cambian constantemente de bloque, ¿a quién rinden cuentas?
Estas nuevas disposiciones, más allá de su lenguaje técnico, tienen un trasfondo profundamente político. Buscan proyectar una imagen de estabilidad y control en un Congreso marcado por la fragmentación. Pero también podrían afectar la manera en que los ciudadanos perciben a sus representantes. En tiempos donde la confianza en las instituciones es frágil, toda decisión parlamentaria tiene consecuencias electorales. El comportamiento del Congreso, al final, influye directamente en cómo votaremos mañana.
Redactor : Heberson Quispe

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