El Perú vuelve a cambiar de presidente. Pero esta vez, más que sorpresa, hay una sensación de cansancio colectivo. José Jerí Oré, hasta hace unos días presidente del Congreso, asume el cargo más alto del país en medio de una atmósfera cargada de desconfianza y desinterés ciudadano. Su llegada no es producto de una victoria electoral, sino del vacío que dejó la vacancia de Dina Boluarte, un hecho que volvió a evidenciar que el poder en el Perú se sostiene más en equilibrios frágiles que en consensos sólidos. Y aunque su primer mensaje apeló a la unidad, el eco social se sintió más distante que entusiasta.
Jerí, abogado de profesión, inició su carrera política en el partido Somos Perú, donde se desempeñó como dirigente juvenil y secretario nacional. En 2021 fue elegido congresista por Lima y desde entonces su presencia se fue consolidando dentro del Parlamento. Presidió la Comisión de Presupuesto y fue vocero de su bancada, hasta convertirse en presidente del Congreso en julio de 2025 con un respaldo amplio. Su perfil conciliador le permitió tejer alianzas diversas, pero también generó suspicacias sobre el tipo de acuerdos que lo sostienen.
A su paso por el Congreso lo acompañaron tanto propuestas de orden técnico como denuncias que marcaron su imagen pública. En enero de 2025 fue acusado de agresión sexual, un caso que el Ministerio Público archivó por falta de pruebas. También ha sido cuestionado por presunto enriquecimiento ilícito y por promover una ley que beneficiaría a excongresistas en la dirección de cajas municipales. Aunque ninguna de estas acusaciones derivó en condena, su existencia deja una huella política difícil de borrar. En la percepción ciudadana, la sospecha pesa tanto como el fallo judicial.
La presidencia de Jerí llega en uno de los momentos más complejos del país. La balacera en un concierto de Agua Marina fue el símbolo del colapso del orden interno y el último golpe a la legitimidad del gobierno anterior. Hoy el nuevo mandatario debe enfrentar una crisis de seguridad que traspasa los discursos, un Congreso fragmentado que lo mira con cautela y una población que ya no confía en las palabras. Gobernar, en este contexto, significa sobrevivir día a día, mostrando resultados tangibles en lugar de promesas.
Su principal desafío será construir legitimidad en un entorno donde la política se percibe como una maquinaria de reemplazos sin dirección. Las denuncias archivadas no desaparecerán del debate público, y cada decisión será observada como una prueba de coherencia y transparencia. La ciudadanía no busca gestos grandilocuentes, sino señales concretas de que la ética y la gestión pueden convivir. Jerí tendrá que demostrar que puede representar a un país que no lo eligió, pero que sí lo juzgará por sus actos.
REDACTOR: HEBERSON QUISPE

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