48 horas para recomponer una bancada: la urgencia en Acción Popular


Fuente: imagen de la página web Perú 21

La dirigencia de Acción Popular decidió establecer una reordenación urgente de su bancada, imponiendo un plazo breve y sanciones para quienes no se acomoden a la nueva configuración. La medida busca cerrar una crisis interna marcada por expulsiones y cuestionamientos éticos que han tensionado la cohesión del grupo parlamentario. Más allá del episodio puntual, la decisión revela la forma en que hoy se gestionan los conflictos partidarios: con medidas rápidas que priorizan la contención reputacional. Para el observador ciudadano, la escena ofrece tanto señales de control partidario como indicios de fragilidad organizativa. 

Este hecho muestra que la fragmentación y la baja institucionalización de los partidos son condiciones recurrentes del sistema político peruano. La literatura documenta cómo, en contextos de volatilidad partidaria, las agrupaciones tienden a funcionar como plataformas electorales más que como organizaciones con reglas internas estables. Esa dinámica facilita la aparición de crisis internas, porque faltan canales institucionalizados para resolver disputas y formar cuadros con capacidad de mediación. En este sentido, la situación de Acción Popular se inscribe en un patrón ya descrito por la investigación académica sobre representatividad y desinstitucionalización de grupos parlamentarios en el parlamento peruano.

Las sanciones disciplinarias y los plazos perentorios son herramientas que los partidos usan para recomponer la disciplina visible, pero su uso sistemático puede sustituir procesos de deliberación interna. Cuando la resolución de conflictos pasa por expulsiones y prohibiciones de candidaturas, se está apelando a la coerción más que a la conversión política. Eso no impide que las medidas sean necesarias en casos graves. La práctica de “ordenar” bancadas de forma exprés es, por tanto, sintomática de débiles mecanismos de gobernanza dentro de las estructuras partidarias.

Desde la óptica de incentivos políticos, la decisión de la dirigencia obedece a dos objetivos inmediatos: preservar la marca partidaria y demostrar capacidad de control frente a la opinión pública. No obstante, esa estrategia conlleva riesgos: puede agudizar la percepción de verticalismo en la toma de decisiones y alejar a líderes locales o electores que se sientan atropellados por determinaciones centralizadas. Además, sanciones como la inhabilitación para postular generan costos electorales que pueden redistribuir apoyos y fragmentar aún más las redes territoriales del partido. En suma, las soluciones instrumentales alcanzan un efecto rápido, pero incierto en su repercusión política y representativa.

El caso de Acción Popular evidencia que la reconfiguración exprés de bancadas es una respuesta posible, pero tal vez no necesariamente la mejor. Para reducir la recurrencia de crisis similares, la academia sugiere fortalecer capacidades internas: formación constante de cuadros, procedimientos claros de resolución de conflictos y mayor vinculación territorial que ancle a los representantes a proyectos comunes. Si las agrupaciones políticas trabajan en esos frentes, podrán combinar disciplina con deliberación y reducir la necesidad de medidas punitivas. Mientras tanto, episodios como el actual seguirán siendo indicadores visibles de una fragilidad partidaria más amplia.

Redactor: Heberson Quispe

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